Una lección de cortesía y urbanidad
- Pero señor presidente, ¿Cómo es posible que usted se moleste siquiera en saludar a ese esclavo negro? - ¿Cree usted – contestó Jefferson – que es bueno que un esclavo supere a un presidente en normas de cortesía y urbanidad?
En nuestra vida cotidiana ¿somos capaces de comportarnos como el presidente o más bien pensamos como el empresario?
¿Cuántas veces juzgamos y tratamos a los demás en función de nuestra posición económica, laboral y/o social?
¿Cuántas veces dejamos de saludar al que barre en la calle o el que maneja un autobús?
¿Cuántas veces vemos con desdén al peatón que se nos atraviesa?
¿Cuántas veces tratamos a conserjes y personal doméstico como seres inferiores?
¿Cuántas veces en el trabajo damos a nuestros superiores un mejor trato que el que ofrecemos a nuestros subordinados?
¿Cuántas veces nuestros amigos reciben más atención que nuestra pareja o nuestros hijos?
¿Cuántas veces…….?
¿Seremos capaces un día de tratar a todo el mundo por igual sin importar el dinero, la posición social, el color de la piel, la nacionalidad, su posición política y/o su fe religiosa?
Publicado por Felipe Sangiorgi
El dinero nos puede cambiar.
La juventud de hoy en día
Siempre vales lo mismo.
El ciego y su futuro
Siempre criticando…
Nos hacen falta pruebas de que Dios existe
Hijo, ¿Por qué nos mientes?
Juan era un joven como muchos otros: mentía. Si, mentía con frecuencia y por cualquier cosa. Sus padres se habían percatado de ello, pero era poco lo que hacían al respecto. De vez en cuando le llamaban la atención o lo reprendían levemente, aunque lo común era que se hacían de la vista gorda. Creían que se trataba de algo pasajero y que pronto dejaría de hacerlo. Pero no fue así. Cada vez sus mentiras se volvieron más complejas y afectaban a todos los que lo rodeaban. Un día llegó a casa con una mentira que involucró gravemente a su hermano menor. Fue la gota que derramó el vaso. Sus padres se pusieron furiosos y perdieron la compostura. Sin medir sus palabras acusaron al joven de mentiroso, de desagradecido, de no querer a su familia. Juan se sintió acorralado y optó por callar mientras sus padres alterados seguían vociferando cualquier cantidad de preguntas, cuestionamientos y amenazas. Mientras su madre acusaba a la escuela y las maestras por no haberle enseñado el valor de decir la verdad y por no haberlo corregido a tiempo, la mente de Juan empezó a divagar. De repente recordó que una vez, cuando era niño, había salido con su madre al mercado. En el camino se detuvieron frente a una tienda donde ella se compró una hermosa blusa. Luego continuaron su camino y cuando llegaron al mercado el dinero no alcanzó para todo lo que tenían que comprar. Al llegar a la casa ella le dijo a su esposo que no le había dado suficiente dinero, que las cosas habían subido mucho de precio y que ya la plata no alcanzaba
La libertad de los monjes
En una antigua abadía europea donde hacen vida de clausura un desconocido número de monjes, un feligrés se acercó al abad y diciéndole. - He observado que en la iglesia todos los monjes se sientan a la derecha, detrás de unas gruesas rejas metálicas. - Así es – contestó el abad - Eso me parece inútil y hasta falso - ¿Por qué, señor? - ¿Acaso ustedes no hacen votos de castidad? - Por supuesto que sí. - Pues si hacen este voto, ¿de qué sirven las rejas? y si ponen las rejas, ¿de qué sirve el voto? Con calma y serenidad el abad contestó: - Mi estimado señor, estas rejas no son para prohibir salir a los monjes del lugar, son para que el público no entre a profanar el silencio de este recinto con su curiosidad morbosa. Luego tomó el cordón que colgaba de su cintura y le dijo: - Mire, cada uno de nosotros tiene al final de su cordón una llave que abre una pequeña puerta que está al final del jardín. Ella conduce al mundo exterior. Nadie nos obligó a entrar al claustro, nadie nos obliga a permanecer en él y si queremos salir podemos hacerlo cuando nos plazca. En eso consiste la verdadera libertad, en tener la posibilidad de elegir. El silencio fue elocuente, entonces el abad agregó: - Muchos de los que están afuera solo ven nuestras rejas y creen que nosotros somos los prisioneros mientras ellos gozan de libertad. Sin embargo no se dan cuenta que ellos son los prisioneros de sus prejuicios, de sus rutinas, del trabajo que no les gusta, de las limitaciones que ellos mismos se han impuesto, del ¿qué dirán?, y de tantas otras cosas. Ellos están tan preocupados por ver las rejas de los demás que han olvidado que ellos también tienen una llave que abre a placer el camino de salida, el camino del cambio. Esta llave abre las puertas de la reflexión, de la autosuperación, de la motivación, del optimismo, de la perseverancia, del valor, del ánimo, del amor y de tantos otros valores que están dormidos dentro de nosotros mismos a la espera de ser llamados. Publicado por Felipe Sangiorgi