Cierta vez, cuando yo estaba en la China, entré en una ciudad, y una gran muchedumbre me cerraba el paso. Miré para ver lo que acontecía y vi que estaban apedreando a un hombre; como no podía pasar, tuve que presenciar aquella escena. Estaban matando a un hombre arrojándole piedras en la cabeza, en el pecho y las piernas, y despedazaban aquel cuerpo arrancándole la carne. Mientras mataban a ese hombre mucha gente miraba y las mujeres se reían.Algunos decían que el apedreado era un ladrón; pero ninguno sabía si era cierto. Y mientras corría sangre humana la gente se reía.






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